La mañana se veía igual a como hace un año, era fría pero eso no impedía
que unos rayos de sol lleguen al rostro de Zeq (diminutivo de Ezequiel), para
levantarlo y hacerle saber que otro día había empezado, otro día en el cual
tendría que sobrevivir en la universidad en la cual estudiaba.
La ironía de la vida es tan grande que cuando el cielo confabula para que
conozcas a una persona se hará hasta lo imposible para que eso suceda; eso
sería lo que le ocurriría hoy, su futuro dependería de eso. Al ir bajando por
las escaleras de madera de su casa vio las mismas fotografías de cuando era
niño eso le recordó que ya tenía 18 años, que estaba estudiando una carrera que
a él no le agradaba, que lo ocurrido hace un año había cambiado el destino de
muchos inclusive el suyo. Extendió su muñeca para ver la hora y se percató con
algo de sorpresa de que ya solo faltaban cuarenta minutos para que empiecen sus
clases, era el primer día así que no le importaba llegar tarde.
-
¿Por
qué he de llegar temprano? Volveré a ver a las personas del ciclo pasado y
después de todo no me interesan sus vidas, aunque no negaré que extrañé a
Guelto.
Entró a la cocina y se preparó algo de comer, un desayuno muy rápido que
estaba compuesto de un pan sin nada, acompañado de un vaso de leche con tres
cucharadas de azúcar. Su vida se había vuelto algo monótona desde hace ya algún
tiempo. Salió de su casa siendo las 7:40 am. Tenía que caminar hasta la
Panamericana Norte o avenida principal para tomar un carro que lo llevase a su
centro de estudios. Un bus recolector de estudiantes universitarios se detuvo
delante de él. Pasó su carnet por una maquina identificadora la cual hizo un
sonido diferente al que escuchaba todos los días.
-
¿Me
quedé sin saldo? –Dijo en voz baja para que ninguna de las personas lo
escuchara pero era tarde el “bip, bip” producido de manera constante durante
varios segundos había llamado la atención de todos en el bus haciendo que
volteen a verlo.
-
Lo
siento pero no puedes subir –Sentenció el chofer sin emoción alguna en su
rostro.
Zeq volteó avergonzado por lo que acababa de ocurrir y bajo del bus, tenía
que hacerse una recarga y el lugar más cercano para hacerlo estaba a unos
treinta metros de allí. Avanzó lentamente mientras que el bus se alejaba de él.
Unos segundos después había empezado a correr hacia la tienda donde hacían las
recargas y para suerte de él no había nadie haciendo cola.
-
Señora
–balbuceó –necesito que recargue esta tarjeta con cinco libras esterlinas.
Estiró la mano dándole las monedas de cobre las cuales eran obligatorias
desde hacía ya un año. La señora tomó la tarjeta con el dinero sin siquiera
mirar a Zeq, tecleó algunos datos en la computadora que tenía al lado y pasó la
tarjeta por una ranura.
-
Listo
–puntualizó la señora – ¿desea alguna otra cosa?
Zeq no contestó, salió de la tienda muy de prisa, a lo lejos vio que venía
otro de los buses que lo llevaba a su universidad y corrió hasta el paradero,
unos jóvenes subieron antes que él, pasó su carnet por la ranura y se escuchó
un solo “bip”, caminó hasta el fondo del bus y se sentó en uno de los asientos
que estaban disponibles a su lado derecho. Miró su reloj, le indicó que eran
7:55 am. Ya era tarde no llegaría a estar en la primera clase, aunque sabía que
llegaría tarde no pensó que sería para tanto. Veinte minutos más tarde bajaba
del bus y subía muy aprisa un puente para cruzar al otro lado. Constato
nuevamente en su reloj, eran 8:24 m. Él no era el único que corría por la calle
sino otros chicos que se dirigían al mismo lugar que él.
-
Detesto
llegar tarde a clases –pensó Zeq – siempre me quejo de ese tipo de personas y
ahora me he vuelto una de ellas, sí que la vida es irónica.
Unas horas antes en un lugar alejado de allí, para ser más exactos en la
capital del país:
-
Señor,
tiene una llamada de su padre –dijo un sirviente dándole el teléfono a un
muchacho de unos 18 años de edad –dice que es urgente.
Cogió el teléfono con desgano:
-
¿Por
qué me llamas a esta hora, padre? –bostezó el joven -¿Qué quieres decir con ir
a la universidad? –Hubo unos instantes de silencio –Pero… (el joven se
arrepintió de haber pronunciado esa palabra) Esta bien, lo haré, aunque no
llego a entender cual es tu objetivo.
Zeq iba corriendo sin prestarle mucha atención a las personas que lo
rodeaban hasta que de repente chocó contra alguien e hizo que la mochila del
afectado cayera al suelo. Por un instante pensó en seguir corriendo, en no
quedarse ha ayudar a esa persona, quizá hubiese sido lo mejor pero la hipócrita
amabilidad que le habían enseñado sus padres a tener con los demás se lo
impedía. Se agachó a recoger la mochila junto con algunos objetos que habían
salido de ella.
-
Lamento haberte tirado la mochila –pronunció
Zeq sin mirar a los ojos al damnificado –no fue mi intención.
-
No te
preocupes –le contestó el joven fingiendo la voz de amabilidad –fue casualidad.
No, nada es casualidad, todo ocurre con un propósito pero Zeq no lo sabía y
el joven al que acababa de conocer lo sabía muy bien, su padre le había
enseñado que todo ocurría con un propósito.
-
Ya no
es posible encontrar a gente amable en estos días –agregó el joven tomando su
mochila de las manos de Zeq –después de lo ocurrido hace un año.
-
Es
cierto –admitió Zeq con algo de confusión con lo que escuchaba, el tema estaba
prohibido, no debería de hablarse de ello ya que era “peligroso” pero eso a él
lo tenía sin cuidado –la lealtad, amabilidad y amor de las personas se ha visto
probado e incluso derrotado.
-
¿A
dónde te diriges? –cambió de tema el extraño.
-
Voy a
estudiar –contestó secamente Zeq. –Acaso trama algo, ¿por qué me habla así de
repente? –pensó.
-
Vas a
la universidad –adivinó el joven que cada vez le resultaba más extraño –yo
también me dirijo allí, es solo que se me hizo tarde.
-
Entonces
continuemos –cortó Zeq.
Ya no faltaba mucho, ambos pasaron sus identificaciones por una ranura de
computadora y esta reconoció a los estudiantes. Subían las escaleras y de repente
ambos se detuvieron en el mismo piso e iban hacia el mismo salón.
-
A
propósito no me dijiste tu nombre –dijo el joven tocando la puerta.
-
Yo…
yo, soy Zeq –balbuceó torpemente mientras que la puerta del salón se abría para
dar a conocer a las personas que se encontraban en su interior.
El profesor los observó de los pies a la cabeza, entonces el joven al cual
aún no le preguntaban su nombre se aventuró hacia el interior del salón sin
importarle lo que el profesor le fuera a decir.
-
Ya
hemos empezado la clase hace más de cuarenta minutos –declaró el profesor
-
Sí,
lo sé –se defendió Zeq –pero el venir hasta aquí se me complicó, lo siento
mucho profesor.
-
Pasa
–le disculpó –pero ya no llegues tarde.
Caras conocidas comenzaron a sonreírle pero el pasó de largo hasta un lugar
por el centro del salón. La clase que le tocaba en ese momento era historia. Un
papel llegó al lugar de Zeq, una pequeña nota que al abrirla contenía la
siguiente oración: “Soy Edred”
-
Siento
que he escuchado este nombre en otro lado será que es de… -pensaba Zeq hasta
que algo lo interrumpió.
-
Ezequiel,
Ezequiel, joven Ezequiel, reaccione –decía el profesor para que su alumno
regrese a la realidad.
-
Lo
siento profesor –contestó Zeq después de haber saltado levemente sobre su
sitio.
-
Le
preguntaba cuál fue el primer rey de Inglaterra en la casa de Wessex –sentenció
el profesor. Zeq estaba en blanco, no sabía que contestar.
-
Yo
puedo responder eso –dijo un joven a 2 asientos a la derecha de Zeq –fue
Alfredo, el grande cuyo reino duró del 871 D.C. hasta el 899 D.C.
-
Correcto
–confirmó el profesor –tiene 5 puntos más en su examen joven… Su nombre…
-
Soy
Edred, profesor.
-
Algo
esta mal, esto no es normal, primero el incidente de la mochila luego me habló
de lo ocurrido hace un año, además él no tiene la apariencia de pertenecer a
este país y por último estamos en el mismo salón –pensó Zeq con algo de sudor
en el rostro -. Su nombre, ya he escuchado antes ese nombre, pero quién es este
sujeto y por qué ser tan amable conmigo.
Algunas personas piensan que la amabilidad debe de ser algo marcado e
inclusive resaltable en las personas pero para Edred eso no era así, desde
pequeño lo formaron para que fuese capaz de engañar a la persona más lista. La
capacidad que poseía para mentir era inmensa, solo comparable con la de su
padre. En ese instante de confusión vivido por Zeq la puerta sonó levemente,
alguien había llegado.
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